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Así se hizo... ¡Buenos días, Princesa!

13 de Abril del 2012 0 comentarios

La Intrahistoria de ¡Buenos días, Princesa!

Hace unos días que terminé de escribir “¡Buenos días, Princesa¡”. Y puedo decir que es la primera vez que antes de leerlo entero, de una sola vez para corregirlo, estaba satisfecho. Eso no me ha pasado con ninguno de la trilogía de “Canciones para Paula”. Siempre he tenido dudas, he creído que podía hacerlo mejor o que no estaba lo suficientemente bien. Luego, tras corregirlos y analizarlos bien, la opinión ha sido distinta y los tres me terminaron gustando. Sin embargo, con esta novela, desde el minuto uno después de terminar estoy muy contento. 

“¡Buenos días, Princesa!” ha sido la más dura de escribir. Por todo. Por los plazos de entrega, por la acumulación que llevo encima en estos tres-cuatro últimos años, porque me ha coincidido con la gira de firmas de CC1B, porque físicamente no he estado en plenitud... muchos factores que han hecho que en estos meses haya tenido momentos realmente difíciles. Pero la experiencia va empezando a ser un grado. Y en ningún instante me he agobiado o puesto nervioso. He sabido afrontar los hechos y he intentado hacerlo lo mejor posible, como siempre. Aunque no ha sido nada sencillo.

En parte, o en su gran mayoría, el responsable de que las cosas hayan salido así, soy yo. Me comprometí a escribir una novela en muy poco tiempo, sabiendo que mi vida es una pequeña gran locura a día de hoy. Pero es que era imposible rechazar el precioso proyecto de la editorial Planeta.

Cuando Miriam Vall, mi editora, se puso en contacto conmigo, no me lo creía. Fue un encuentro muy especial. Que Planeta se fije en ti es todo un halago y una oportunidad quizá única en la vida. Esto fue antes de empezar a escribir “Cállame con un beso”. Tal vez, alguien habría decidido romper la relación con Everest y comenzar desde febrero del 2011 esta sugerente nueva etapa. Hubo gente que incluso me dijo esto y me recomendó que lo hiciera así. Pero creo que en esta vida hay que ser agradecidos e ir de cara, que esto no quiere decir que vayamos imponiendo nuestra verdad. Le debo mucho a Everest y la tercera parte la iba a escribir con ellos sí o sí. Entre todos hemos hecho un gran trabajo con Paula y las Sugus. Por eso, solicité una reunión en León, donde está la editorial, en la que les expliqué la nueva oferta que aún no había firmado y me comprometí con ellos a hacer el mejor libro de los tres. Creo que lo conseguí a efecto personal y vistas luego vuestras propias opiniones.

Terminé de escribir “Cállame con un beso” a finales de septiembre pero, entre correcciones y otras circunstancias, estuve hasta octubre dedicándome a ello. 

Con Planeta tenía hablado que el libro lo iba a terminar el 31 de enero. Esa era mi fecha inicial de entrega. Es decir, que tenía noviembre, diciembre y enero para escribir el libro. Que queréis que os diga... cuando me comprometí a entregar ese día me veía capaz y tampoco quería decir que no a una propuesta tan increíble. No quería dejar escapar ese tren.

Pero conforme se acercaba el 31 de enero, más difícil lo veía. No estaba tan suelto como en otras ocasiones, los viajes y las firmas me agotaban y solo mi familia, mi chica y yo sabíamos lo que estaba sucediendo. También Miriam, que en todo momento me apoyó y me ha estado animando todos estos meses. Ha sido increíble como Planeta se ha portado conmigo en este tiempo. No he sentido ni un solo gramo de presión por su parte. Y eso se agradece. 

El 1 de enero, no tenía ni veinte páginas escritas. Y el bloqueo en mi mente era bastante importante. Me costaba mucho escribir por el cansancio. Tenía un buen argumento en mente, los personajes, incluso, ideas para el final. Y también el título que, a diferencia de otras veces, costó que saliera a la primera.
Y fue bonita la forma en la que nació eso de ¡Buenos días, Princesa!
En una primera reunión con Planeta en Madrid, propuse un título que llevaba cogido con pinzas. Pero ni a ellos, ni tampoco a mí, nos gustaba demasiado. No voy a decir cuál era pero no estuve muy brillante. Ese mismo día, caminaba hacia el entrenamiento, porque he vuelto este año a entrenar a mis chavales con Palestra Atenea en el colegio Guindalera, y hablaba por teléfono con mi chica. Ella siempre le da muchas vueltas a estas cosas y justo en el momento en el que le dije, “no te preocupes, no forcemos, ya saldrá algo que nos guste...”, en ese instante, ella dijo “¡Buenos días, Princesa!”. Fue como un flash. Un “Eso es”. Lo vi claro. Ése era el título, no había que buscar más. No solo es una frase bonita, romántica, que dice muchas cosas... es la señal de identidad de “La vida es bella”, mi película favorita, creada por uno de mis ídolos, Roberto Begnini. ¡Qué mejor homenaje podría hacerle, desde mi modesta posición, que utilizar su frase para el título de mi nueva novela!
Tras el entrenamiento escribí a Miriam y a todos nos encantó. Teníamos título.

Mis planes iniciales eran escribir unas 400 páginas de Word. Más o menos la extensión que tienen los libros de la trilogía. Cuerpo 12, Times New Romans e interlineado sencillo. Siempre uso el mismo formato. Los capítulos cortos, a unas cuatro páginas de media por capítulo. Y protagonismo repartido entre los personajes.
El resultado final no ha sido muy distinto del que pensé, aunque esto ya lo veréis cuando el libro esté a la venta. 

Diciembre no fue un mes sencillo. En Navidades apenas pude escribir, por no decir que no escribí casi nada. Me costaba sentarme delante del ordenador y cuando lo hacía no salían las palabras. Lo importante en rachas así es no ponerse nervioso. No meterse uno demasiada presión a sí mismo. Pero los plazos están para algo y mucha gente depende de ti. No me gusta retrasarme, sin embargo, en esta ocasión, no quedó más remedio. Pedí una nueva fecha y quedamos en el 20 de febrero.
Ese día, sin falta, entregaría todo el manuscrito. 

Poco a poco empecé a coger ritmo de escritura. Dejé las redes sociales, pedí unos días libres en la empresa y me dediqué en plenitud a “¡Buenos días, Princesa!”. Los personajes iban tomando cuerpo y en mi cabeza se iban desarrollando las diferentes historias. Creo que también es la primera vez que el final lo tengo decidido tan pronto. Con matices, claro. Pero llegar hasta ese final era un laberinto. 
Todo tenía que cuadrar y no iba a ser fácil cruzar todos los caminos para llegar al objetivo. 
El tiempo pasaba, mi espalda empeoraba, no conseguía escribir más de 4 ó 5 hojas diarias. Y me empezaba a dar cuenta de que el libro iba a ser imposible que estuviera listo el 20 de febrero.
Escribirle a Miriam para reconocer que no llegaba, fue una de las cosas más complicadas que me han pasado en estos años en los que publico novelas. Ella y el grupo Planeta han apostado muy fuerte por mí, y en esos días, sentía que estaba fallándoles. Me faltaba demasiada novela por escribir. Casi tres cuartas partes. Pero de nuevo, conservar la calma y no alterarse fue muy importante. Las horas que le dedicaba al libro tenían que ser para eso, para el libro. Avanzaba, cada día un poquito más. Pero no era suficiente. 
Y no me quedó más remedio que reconocer que el 20 de febrero no sería el día en el que terminaría. 
La pobre Miriam me comprendió y me animó como pudo. Suponía un cambio de planes pero lo más importante es que todos estuviéramos contentos con el contenido del libro. La maquinaría de la editorial tenía que forzar al máximo para cumplir con los plazos. 
Porque esto no lo sabéis la mayoría. Un libro reúne detrás de sus páginas mil historias. Es mucha gente defendiendo un proyecto y trabajando para que las cosas salgan bien. Hay empresas, librerías, comerciales, distribuidores, imprentas y... muchos más implicados, que dependen todos de unas fechas. Cuando alguien se dedica a esto profesionalmente, como es mi caso actual, debe comprender y aceptar esto. Y fallar, supone romper una cadena. 
Entonces, establecimos una nueva fecha. La tercera. 2 de abril. Mi santo, el día internacional del libro juvenil. 
Quedamos en que cada semana le enviaría lo que llevara escrito para que ella y los correctores fueran leyendo y corrigiendo. Y así lo hicimos.
Al mismo tiempo, se creó una cubierta, que a mí al principio no me gustaba. Lo reconozco. Pero es que esto me ha pasado con todas las portadas de “Canciones para Paula”. Mi primera impresión nunca fue buena. En cambio, poco a poco, todas me han ido enamorando. Y a día de hoy puedo decir que estoy entusiasmado con la cubierta de “¡Buenos días, Princesa!”. Me parece un acierto de los ilustradores. Es sencilla, fresca, juvenil, se ve bien... diría que es perfecta. 


A falta de un mes para el final del tercer plazo, creo que no llevaba ni la mitad del libro escrito. Tenía muchísimo trabajo por delante. Además, regresé a las redes sociales y a los entrenamientos, que también me quitaban tiempo. Pero me propuse terminar el 2 de abril y aunque me dejara la salud en ello, lo iba a hacer.
No os imagináis lo que fastidia escribir tres o cuatro horas seguidas con la espalda mal. Llegas por la noche y te tumbas en el colchón y no sabes cómo ponerte. Marzo fue realmente duro. Muy duro. Pero gracias a los ánimos de todos, la historia seguía por buen camino y yo estaba satisfecho de lo que estaba escribiendo. 

Los días pasaron muy deprisa. Me levantaba, escribía, comía, escribía, me iba a Starbucks, escribía... treinta días así. A parte, cuando estoy implicado con una novela, y cuando no también la verdad, mi cabeza no deja de pensar y darle vueltas a todo. Incluso, me podéis ver andando por la calle hablando solo en voz baja y gesticulando con los dedos, como si ordenase en el aire los capítulos. Pero no estoy loco, eh. Todavía. 

Y llegamos al último fin de semana... sábado 31 de marzo, domingo 1 de abril y lunes 2 de abril. El viernes cuando me fui a dormir calculaba que me faltaban unas 50-60 páginas. Es decir, una media de 20 al día. Mi récord con esta novela estaba en 11 un día y dos veces conseguí 10. Es decir, en tres días debía escribir el doble de lo que hasta entonces había logrado un solo día, en el que recuerdo que me pasé un montón de tiempo delante del ordenador.
Mi obligación era hacerlo.
El sábado 31 fue un desastre. No escribí mucho. O menos de lo que debía. No me sentía bien, me dolía horrores la espalda... fatal.
Todo quedaba para el domingo y el lunes, con la tremenda tarea de terminar una novela a la que le quedaban entre 11 y 13 capítulos por hacer. Entre 45 y 50 páginas.

Abril. Bonito mes. Siempre me ha gustado. Pero este año, nacía con la misión más complicada que he tenido jamás. Desayuné bien el domingo. Me relajé y decidí que hasta que no terminara el libro no iba a parar. Los capítulos fueron cayendo uno tras otro, como las horas pasando. Sentado en mi sillón de ruedas de escribir, tumbado en la cama cuando la espalda me dolía, entre nolotils y pastillas de Ginseng. La noche cayó y yo seguía escribiendo. Y conforme lo hacía, mejor me sentía. Como transportado. Estaba poseído por la novela. Suena friki decir esto, pero es que nunca me había sentido tan bien escribiendo. Fluían las palabras bajo un cansancio tremendo que se acumulaba. La madrugaba fue intensa, pero seguía estando lejos del objetivo. No me daba tiempo a dormir. 
Amaneció y entonces... empecé a desvariar. Mi mente estaba completamente saturada. Cuando escribía en un párrafo no recordaba lo que había escrito en el anterior. Los ojos se me cerraban. Pero no me quería ir a dormir. Sin embargo, no me quedó otra. Asumí que tenía que echarme un rato y me olvidé de todo durante una hora y media. 
Al despertarme, sobre las diez, estaba mejor. Salí a tomarme un café y una tostada de pan integral a la calle y regresé a casa totalmente repuesto de energías y fuerzas. 
Alguien me dijo que esa noche ponían en Paramount, “La vida es bella”. Era una señal. Ese 2 de abril tenía que terminar sí o sí.
Apenas comí, ni merendé ni cené. Había que escribir. Bien, porque aunque escriba tanto, y en tan poco tiempo, todo tiene que quedar perfecto. Leo cada párrafo mil veces, cada frase... luego, puede gustar o no, pero a cada palabra le dedico muchísimo tiempo. 
El final del libro se acercaba. De nuevo esa sensación de fluidez. De sentirse bien pulsando las teclas del ordenador. 
Y a las 23.57... FIN. 39 horas seguidas, menos las dos horas del lunes por la mañana. 

La sensación que experimento cuando termino una novela es la misma que cuando me daban vacaciones de verano en el colegio. Ya está. Se terminó. Es bonito sentir que has cumplido con un reto tan difícil como es acabar un libro. 
Pero estaba tan exhausto que ni lo disfruté. Además, me quedaban las correcciones finales. Más de 240 he sacado entre las que me han aconsejado desde Planeta y las que yo mismo he hecho. Sin contar la ortografía, la expresión y el estilo, que ese es trabajo de la editorial. 
Creo que entre todos hemos hecho un grandísimo trabajo. Estoy muy contento con el resultado y expectante con saber qué pensaréis de esta nueva historia. Pero también estoy tranquilo. Lo he hecho lo mejor posible, me he esforzado y ya luego dependerá del gusto de cada uno. Siempre que acabo una novela me acuerdo de Eduardo Mendoza que siempre dice que “Sin noticias de Gurb”, lo escribió de aquella manera... y es su libro más vendido. No puedes ponerte en el lugar de cada persona. Y es obvio que tu opinión solo es eso, tu opinión. Los demás tienen otra o quizá parecida. Pero es imposible saber si lo que haces va a gustar o no.
Sé que tengo mucho que mejorar y que aprender todavía. En dos años y medio, voy a tener publicadas cuatro novelas. Y a finales de año, una quinta, con Espasa. 
Es increíble. Más que un sueño. Pero también un desgaste porque llevo más de 50 firmas hechas. Y las que me quedan este año. Con sus viajes, sus madrugones, sus horas siendo el centro de atención, entrevistas, esperas en aeropuertos y estaciones... Cuando llego al hotel después de cada presentación es como si hubiera corrido una maratón. No exagero, os lo aseguro.
Sin embargo, no cambio nada de lo que me está pasando por nada. Soy un privilegiado y mientras me dejen y siga teniendo estas oportunidades, no pienso dar ni un paso atrás. Con los pies en el suelo.
Ver vuestras palabras de apoyo, los libros entre los más vendidos, la alegría de mi familia y de mi novia... todo eso es el combustible que necesito para seguir funcionando. 
Así que de momento, hay Blue Jeans para rato. 
 

Y ya sabéis, todo esto para que el 22 de mayo os levantéis sabiendo que en algún lugar de vuestra ciudad, alguien ha colocado en una estantería una novela cuyo título no puede anunciaros un mejor despertar: ¡Buenos días, Princesa!

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